En 1946 en Saint Moritz, durante semanas, Paul Morand y Chanel escribieron un libro. Por la tarde Coco hablaba y de noche Morand se retiraba a sus habitaciones para escribir en primera persona, lo que la modista le había relatado.

Es un pequeño libro que he leído muchas veces, como he leído Venecia del mismo autor. Esa especie de memorias las tituló: El “Allure” de Chanel, esa palabra que en francés significa aire, aliento, y también distinción, elegancia.

Es lógico que Morand se sintiera atraído por ella, porque fue el snob máximo en aquella generación de snobs, le gustaba conocer por conocer, y tenía una curiosidad inagotable por rodear todo el planeta con sus viajes. Como si hubiera venido de otro planeta a un planeta inédito, Paul Morand hizo ese viaje alrededor de Coco y su mítico salón de reuniones. Morand y Blaise Cendrars son los poetas de los años 20 que más se manifiestan en su modernidad y vagabundeo. Paul Morand, casi desconocido hoy en día, es uno de los grandes de la poesía. Funcionario diplomático, pudo recorrer el mundo entero, deshojar los tulipanes de Ámsterdam y comprar periódicos de todo el mundo para estar siempre al día. Era un personaje entre cínico y desapegado que visualizó el mundo con su mirada de poeta sintético, y nunca supo que estaba inventando un nuevo estilo.

Exilada e inactiva por primera vez en su vida Coco Chanel, fumando incansablemente, cuenta a Morand con su característica furia sus recuerdos. El libro apareció treinta años más tarde de ser escrito y fue el último de los libros de Morand. Él y Coco se habían conocido en 1921, porque compartían el mismo círculo de amistades, Jean Cocteau, Erik Satie, Pablo Picasso, Igor Stravinsky, el matrimonio Sert, e incluso Wiston Churchill.

Se trata de la vida de una niña que sufrió todo tipo de carencias afectivas, y cuenta que su educación se basó sobre todo en la lectura de novelas. “Compraba sobre todo libros, para leerlos. Los libros han sido mis mejores amigos. Así como la radio es una caja de mentiras, cada libro es un tesoro. Hasta el libro más malo tiene siempre algo que decir, alguna verdad. Hasta las novelas más estúpidas son monumentos de experiencia humana. He estado con muchas personas muy inteligentes y de gran cultura; se han extrañado de mis conocimientos; aún se hubieran extrañado más si les hubiera dicho que había aprendido a vivir en las novelas.Si tuviera hijas, les daría, por toda instrucción,novelas. En ellas encontramos las grandes leyes no escritas que rigen al hombre. En mi región no se hablaba; se carecía de tradición oral. Desde las novelas por entregas, leídas en el granero a la luz de una vela robada a la criada, hasta las más grandes obras clásicas, todas las novelas son realidad disfrazada de sueño. De niña leía, por afición, indistintamente catálogos y novelas: Las novelas no son otra cosa que grandes catálogos”

Así era ella, y también dice  que visitaba los cementerios porque “allá todo el mundo escucha”, y en ellos encontró un lugar en el que forjar su afilada lengua y su carácter más que enérgico.

Hay otro momento en el que habla de la riqueza, “el entusiasmo no es tan necesario para ganar dinero como para gastarlo. El dinero gastado solo es una prueba material de que hemos actuado de una forma adecuada: si un negocio o un vestido no aporta ninguna ganancia es porque se han hecho mal. La riqueza no consiste en acumular, sino en todo lo contrario: sirve para liberarnos; es el ‘lo he tenido todo y ese todo no es nada’ del emperador filósofo. Igual que la auténtica cultura, que consiste en echar por la borda un cierto número de cosas; al igual que en la moda, donde generalmente se empieza por una cosa demasiado bella para llegar a lo más sencillo’. Volveré a ser al hablar de la moda; solo diré de pasada que se puede ser elegante sin dinero. El dinero no es algo bello, sino cómodo”.

Libro absolutamente recomendable, del que se pueden aprender muchas cosas, y disfrutar de la prosa de una persona que había venido al mundo para verlo. Chanel era un mundo.

 

Por Lola Garrido