Si no existiera la fotografía, la moda no se hubiera convertido en una de las industrias más potentes del siglo XXI. Imagen viene de imaginar: representación visual.

En el mundo de la moda, existen personas que editan la imágenes y fotógrafos que las captan, juntos consiguen relatar una historia que hace de la moda encantamiento. La publicidad es narración, además de concepto. La puesta en escena para capturar una buena foto es un trabajo exhaustivo, porque se trata de narrar historias y conseguir que nuestros ojos se fijen en ellas.

La moda, un sector que mueve millones, es sector fundamental para muchos países, de ahí el explosivo interés que concita en los medios y blogs. Hasta ahora nunca había tenido tal fuerza.

Es evidente que lo que vestimos, deseamos y compramos, ha sido estudiado y decidido con antelación por personas cuyos nombres en su mayoría desconocemos. Es una espiral y lo que un año es in otro está out.

Lo alternativo será pasto del consumo en una o dos temporadas y pasará a los armarios incluso más conservadores. De eso trata la puesta en escena: de crear ambientes que siendo chocantes, nos producen deseo.

Pero no sólo se trata de hilvanar un relato, lo importante es el tipo de historia. La moda nos vende el glamour, las vacaciones en islas exóticas, los interiores elegantes o rudos, pero sobre todo nos vende la historia de una fantasía.

Todo eso está muy bien, pero lo más importante es preguntarse ¿qué hay detrás del vestido? La ropa puede ser visualmente hermosa, el paisaje también. Pero es la historia del diseño, la historia de la tendencia y de los tejidos, las que nos transmiten emociones y justo ahí, se presentan las oportunidades para crear el contenido de la fotografía. De ahí que las revistas de moda, cuenten con personas especializadas en crear los conceptos que más tarde el fotógrafo plasmará en contenidos.

Hace poco leí que a Phoebe Philo, diseñadora británica, siempre le ha resultado extraño que la gente vaya detrás del escenario después de un show para preguntarle qué significaba la colección. Ella siempre cree que ha dicho todo lo que quería decir a través de la ropa y que la audiencia lo podía interpretar como mejor les pareciera.

En el arte, el público mayoritario necesita saber qué está plasmado en el lienzo, y por eso se acerca a ver la cartela, sin pensar que lo importante es posar la mirada tranquilamente por el cuadro.

Es el trabajo editorial el que finalmente encuentra una manera de mostrar las diferentes perspectivas sobre la moda. Los editoriales más impresionantes de moda, siempre han sido y son los que presentan un estilo que nosotros que nunca nos hubiésemos atrevido usar, o que no sería adecuado para el tipo de vida que llevamos.

Con la puesta en escena sucede lo contrario. Un buen editor tiene que relatar una historia con bastante fantasía, pero también debe poner la ropa que corresponde a sus lectores. Tiene que presentar una fantasía que pueda hacerse realidad.

El arte de la costura y el de la narración se hicieron inseparables, en una combinación que se ha convertido en la razón principal por la que las personas se enamoran de la moda. Una vez pensada, producida y expuesta, hay una cámara que capta y nos trasmite el final del proceso.

Los narradores-estilistas de la moda, entienden la moda como el arte de la expresión creativa, se atreven a crear contenido (ya sea en palabras o imágenes) para dar su interpretación a través de historias únicas, provocando nuestra imaginación.

Sin editores ni fotógrafos la moda no sería un sueño plasmado, sino una idea lejana. Camino de fin de siglo, la moda se configura como el hecho estético más pujante.

Si el arte del vestido no fue nunca hasta ahora más que un arte menor, subordinado a los considerados elegantes, ahora ha ingresado por derecho en el arte mismo, al igual que la fotografía, que fue discutida por el simple hecho de reproducir lo real. La cultura actual ha canonizado a ambas como arte: fotografía y moda han sido liberadas, para entrar de lleno en lo imaginario.

Por Lola Garrido