Durante la mayor parte de la historia del hombre, la camisa ha sido una prenda interior y por tanto de confección sencilla realizada con tejidos sin teñir. Hoy, en cambio, con su cuello firme bajo el que se anuda la corbata y las mangas impolutas asomando un par de centímetros bajo la chaqueta, dejando ver sutilmente los gemelos, forma parte esencial de la elegancia indumentaria y forma parte esencial del armario masculino.

La camisa adquirió importancia, por primera vez, en el Renacimiento. Se le añadieron bordados, encajes y cintas al cuello y los puños (que darían lugar más tarde a los actuales gemelos). Durante la Revolución Francesa se universalizó el uso de la camisa como prenda parcialmente exterior de mayor semejanza a la actual. Pero la camisa abotonada como la de hoy nació en la Inglaterra del 1870. En esa misma época la mujer incluyó la camisa en su atuendo habitual. Del pasado de la camisa como prenda interior sigue siendo testimonio la norma de etiqueta de no descubrirse la chaqueta.

El blanco fue su color original, aunque se redujo más tarde a puños y cuellos cuando comenzaron las rayas y otros colores en el siglo XIX. El blanco no obstante, fue un signo de distinción que diferenciaba a los nobles de los trabajadores. En el siglo XIX, una simple camisa a rayas era la imagen de un pastor. Hoy, una camisa de Turnbull & Asser, como la del príncipe Carlos, es la elección óptima para vestir elegantemente con traje. En esos tiempos era también impensable imaginar un caballero con la camisa azul celeste que en 1920 se convirtió en un básico. Una opción intermedia, entre la camisa blanca y las de cuadros, rayas y colores, fue la llamada camisa Winchester de puños y cuello blanco y el cuerpo de color, cuadros o rayas que nació en los tiempos en los que los cuellos eran una pieza separada de la propia camisa, facilitando su lavado.

En los años 60 y 70, la industria del prêt-à-porter lanzó las camisas en serie con los puños simples y botones incorporados y las ballenas del cuello integradas. En los últimos lustros se ha recuperado, incluso entre las camisas ready to wear, el doble puño y los gemelos que dan a la vestimenta con traje una incomparable elegancia.

No hay camisa semejante a la confeccionada a medida de su portador, que se adaptará a todos los puntos claves de su torso, espalda y brazos. Los artesanos camiseros toman un mínimo de diez medidas de distintas partes del cuerpo, para asegurar el corte adaptado. La parte trasera de la camisa suele ser de mayor longitud que la frontal, para dar mayor flexibilidad de movimientos. El largo de las mangas no debe bajar más allá de la muñeca y debe permitir que los puños sobresalgan poco más de un centímetro de la chaqueta.

El tejido debe estar cosido de manera que el dibujo existente, rayas o cuadros, case perfectamente a través de las diferentes piezas. Las zonas más frágiles suelen estar protegidas con distintas costuras: costura doble para hacer más resistente la unión de las piezas, puntadas más numerosas con idéntico fin, triángulos de refuerzo en las costuras esquinadas de la parte baja de la camisa, y los ojales y los botones bien cosidos a mano.

El cuello

Es el elemento más visible y el más importante de la camisa. La elección de un tipo u otro modifica la percepción de la propia fisionomía alargando o acortando el cuello de quien lo lleva, según el caso, o estrechando o redondeando su cara. Los cuellos se distinguen por su tamaño, altura, orientación y espacio entre ambos lados.

El cuello Turndown clásico inglés es alto, en el que ambas puntas se alargan hacia abajo quedando relativamente más cerca la una de la otra. Mientras que los cuellos Windsor o spread, llamado en España cuello italiano, son cuellos abiertos, con ambas puntas muy separadas hacia los hombros (dejando precisamente un espacio suficiente para el ancho nudo Windsor de la corbatas). El cuello americano con tira es el que mediante una pieza de tela entre ambos dos lados empuja vistosamente la corbata hacia arriba. El cuello con ala, es el que se utiliza en el white tie y opcionalmente con el smoking con la corbata de lazo.

Camiseros

Con la generalización de las camisas ready-to-wear, el oficio de camisero está en franco retroceso. Resulta cada vez más complicado encontrar artesanos capaces de realizar a medida una camisa impecable. No obstante, al margen de Turnbull & Asser y de otras camiserías de Jermyn Street en Londres, existen y han existido otros grandes camiseros en Europa. Posiblemente, esté en París el camisero más prestigioso de la historia tras los londinenses. El padre de su fundador era conservador del armario de Napoleón, Joseph-Christophe Charvet, quien abrió en 1983 una camisería que conseguiría durante el siglo XIX y buena parte del XX la mayor reputación en el mundo entero. Posiblemente ninguna camisería acredite tantas citas literarias como Charvet, ubicada en el número 28 de la place Vendôme en París. En su establecimiento los clientes pueden elegir la tela de la camisa de entre más de 6.000 opciones que incluyen, por ejemplo, hasta un popelín two-fold 200’s y finísimas combinaciones de algodón, lanas, linos y sedas.

Sin tampoco menospreciar la tradición camisera napolitana de la familia, el amante de la buena camisa cuenta en España con dos direcciones a tener muy en cuenta: Santa Eulalia en el paseo de gracia de Barcelona, que se ha ganado gran prestigio como creador de camisas de brillante factura y Burgos de la calle Cedaceros en Madrid, la camisería con mayor reputación en España, fundada en 1912 por Julián Burgos y adquirida poco después por la familia Olave –que llegó incluso a competir con Charvet al abrir una tienda durante un par de décadas en París.

 

Por Rafael Rossy