Nuestra indumentaria debe adaptarse a las diferentes ocasiones, tanto en aquellas más serias como en las festivas. Los códigos del vestir hacen posible que nuestra vestimenta nos complazca a nosotros a la vez que a los demás. Por ello, las ocasiones especiales –como una fiesta– deben recibir un tratamiento también especial en la elección del traje de hombre.
Desde la primera mitad del siglo XX, hemos vivido a una progresiva relajación de las normas de etiqueta, y, en especial, en los trajes de novio. El “white tie” (el frac), que en su tiempo era vestido a partir de las siete de la tarde en toda reunión de caballeros en las que pudiera estar presente una mujer, vio su uso relegado a los escasos actos de gran gala y para las celebraciones nocturnas se generalizó, en su lugar, el “black tie” (el smoking), que tiene su origen en la prenda confeccionada en 1860 por Henry Poole & Co., la sastrería de Savile Row, para un joven Príncipe de Gales –mucho antes de que fuera coronado Rey como Eduardo VII– precisamente encargada para llevarla en las fiestas informales, como alternativa cómoda al frac.
Las formas de vida han seguido cambiando, y hoy en día ya no son tan habituales las celebraciones nocturnas en las que las mujeres puedan lucir un precioso vestido largo y los hombres un smoking impecable. Pero, justamente por ser menos frecuentes, merecen mayor atención, al convertirse en una formidable oportunidad para disfrutar singularmente del propio modo de vestir.
El smoking clásico se compone de una chaqueta sin aberturas laterales, de color negro o azul medianoche. Puede ser recta, con un solo botón, o cruzada. Sus solapas –en punta o redondas– son de seda. Si la chaqueta es recta deberá acompañarse de fajín o chaleco también negros y podrá llevarse abierta (la cruzada irá abrochada en todo momento). La camisa es blanca o de un color marfil muy claro, de hilo, lisa o con algún remate frontal, y de puño doble para gemelos. El cuello podrá ser bajo o de puntas. La corbata de lazo es negra, de seda, a juego con la solapas de la chaqueta y el fajín. De hilo o algodón, el pañuelo deberá ser blanco. El pantalón, del mismo color que la chaqueta, es de corte clásico, y con una cinta de seda lateral. Se complementa con calcetines finos, de seda o hilo, negros, y con zapatos negros de charol, con lazo tipo opera pumps, aunque, hoy en día, un par de Oxford lisos de charol han pasado a ser un clásico.
Ésta sería la descripción ortodoxa de un esmoquin a la que responden la gran mayoría de los que podamos encontrar en el evento al que acudamos. Siempre que sigamos estas normas básicas cuando vistamos un esmoquin podremos tener la seguridad de ir correctamente, pero la pregunta es cómo conseguir un aire más distinguido. Éstas pueden ser algunas ideas útiles con ese fin:
1. El smoking no es propiamente una indumentaria formal y no debe olvidarse que está destinado a una actividad festiva. Por lo tanto, permite alguna alteración personal que pueda darle un toque distintivo. En la elección de esta licencia deberá tenerse en cuenta el tipo concreto de evento, la relación existente con el anfitrión y los asistentes, así como la reputación y el reconocimiento del propio modo de vestir (muchas patentes del Príncipe de Gales que fueron posteriormente imitadas en todo el mundo habrían sido rechazadas si no hubieran sido él su patrocinador). Aunque no sea muy habitual –o precisamente por ello– la chaqueta azul media noche es una alternativa válida con la que puede conseguirse un aire diferente que destaque entre tanta uniformidad.
2. Un auténtico gentleman no usa pajaritas preconfeccionadas. Aprender a hacer un buen nudo de una corbata de lazo no difícil y la diferencia puede advertirse a simple vista.
3. Finalmente, conviene no desaprovechar la oportunidad de esa ocasión especial para lucir una botonadura singular. Algunos joyeros, como la londinense Tateossian, elaboran una gran variedad de modelos de botones y gemelos en metales nobles, piedras y diseños muy contemporáneos y personalizables.