El sombrero clásico ha desaparecido prácticamente de la vida moderna, aunque últimamente frecuenta las propuestas estilísticas y las colecciones de algunos diseñadores.

Existe un sinfín de tipos de sombreros que aún pueden adquirirse en boutiques, sastrerías o en las pocas sombrererías que quedan en Europa, pero –lamentablemente– son escasas las ocasiones y lugares en los que pueden llevarse sin rebasar la linea que separa la sofisticación de la excentricidad. La realidad es que el sombrero ha sido sustituido en la vida moderna por diferentes formas de gorros y gorras.

Con todo, el sombrero clásico se resiste a morir. Se tratas de piezas de maravillosa manufactura y de larga historia en la mayor parte de los casos.

A diferencia de otras prendas y accesorios, el sombrero no perseguía en su origen otra finalidad que la meramente práctica, salvo el gorro frigio utilizado por los griegos para identificar a los esclavos manumitidos.

No fue hasta los siglos XV y XVI cuando los sombreros se sofisticaron; los usados por los nobles –mayoritariamente de fieltro– se embellecían con cintas, cordones, plumas y otras clases de ornamentos.

El sombrero fue durante el siglo XIX y durante la primera mitad del siglo XX un accesorio inseparable del caballero. Pero los cambios en la forma de vida y en la indumentaria de la segunda mitad del siglo XX lo convirtieron en un accesorio inusual.

Los sombreros clásicos

Han existido, a lo largo de la historia y de la geografía de nuestro planeta, centenares de tipos de sobreros con formas y materiales tan distintos entre sí como el bicornio, el gorro de plato militar, la montera taurina, el sombrero cordobés, la boina, la gorra Ascot o el sombrero de paja asiático. Dependiendo esencialmente de la forma de la copa y del ala los sombreros más habituales de un caballero han sido:

Sombrero de copa: se atribuye la creación de este sombrero de forma cilíndrica y ala corta y rígida a un tal John Hetherington en 1797, aunque su generalización no llegó hasta la década de 1820. Se confeccionaban en fieltro de piel de castor y, posteriormente, también en seda. Tras la I Guerra Mundial el sombrero de copa desapareció de la vida diaria y quedó relegado a un uso formal, del que también hoy ha prácticamente desaparecido.

Una particular transformación del sombrero de copa es el chapeau claque; fue un invento del sombrerero londinense Thomas Francis Dollman que patentó un diseño para “un sombrero redondo elástico sostenido por costillas y muelles”. Su patente caducó en 1840, imponiéndose en el mercado el diseño del francés Antoine Gibus. Se les llamó opera hats debido a la práctica habitual de sus portadores de guardarlos plegados bajo el asiento en la ópera.

Bombín: confeccionado en fieltro con una copa redonda y ala estrecha, el bowler (como se conoce en inglés) sustituyó al sombrero de copa. Fue una creación de Thomas Bowler, el jefe de sombrereros de la firma londinense Lock & Co, para William Coke, sobrino del primer conde de Leicester, que necesitaba un sombrero duro para los guardabosques de Holkham Hall, con el que pudieran montar a caballo. Fue adoptado por los hombres de negocios londinense, y durante muchas décadas distinguía a los banqueros de la City. El bombín llegó también a Alemania y a Francia, con el nombre de sombrero melón, y a América –fue el sombrero de Billy el Niño, entre otros–y tuvo un particular éxito entre las mujeres indígenas del altiplano boliviano.

Fedora: los sombreros de paño flexible surgieron a mediados del siglo XX como una alternativa cómoda y suave frente a la rigidez del bombín y del sombrero de copa. Se trata no obstante, de un sombrero más antiguo que ya era utilizado para la práctica del deporte y en situaciones muy informales, y de modo generalizado en Estados Unidos, incluso para un uso ‘semiformal’ desde principios del siglo XX. Tomó su nombre de “Fedora”, la obra de teatro escrita en 1882 por Victorien Sardou para Sarah Bernhardt, que vestía un sombrero de este tipo.

El nombre del sombrero fedora está íntimamente vinculado a Borsalino, la empresa italiana fundada por Giuseppe Borsalino que llegó a producir al año millones de sombreros fedora de fieltro de piel de conejo que vendía en todo el mundo, incluido el Reino Unido y Estados Unidos, siendo un pilar esencial en la economía de la ciudad piemontesa de Alessandria, donde tiene su sede.

Trilby: el nombre de este sombrero de ala estrecha, popularizado en ciertos ambientes en estos últimos años, procede también del teatro, concretamente de la adaptación teatral de la novela Trilby de 1894 de George du Maurier. En sus inicios estaba hecho de fieltro de pelo de conejo, pero posteriormente pasó a confeccionarse con otros materiales, como el tweed, y más recientemente de nylon.

Homburg: la fama de este sombrero de fieltro, de proporciones generosas con un único hendido central que recorre de adelante a atrás toda la copa, ala ancha rígida y borde ribeteado se debe a Eduardo VII del Reino Unido Bad Homburg (Alemania). Durante décadas, un buen homburg distinguía a los caballeros más elegantes.

Panamá: cuando, a principios del siglo XX, Theodore Roosevelt visitó las obras del canal de Panamá, utilizó el sombrero de paja-toquilla con cinta negra de procedencia ecuatoriana que los trabajadores llevaban para protegerse del sol y lo conservó en su siguiente visita a Puerto Rico. El sombrero se popularizaron rápidamente hasta convertirse en todo el mundo. Este es el motivo por el que son llamados Panamá a pesar de ser fabricados, con técnicas ancestrales en Ecuador. En realidad, su origen era mucho más antiguo –el prestigioso sombrero jipijapa de Montecristi se producía desde tiempos inmemoriales – y algunas décadas antes ya había sido admirado y adoptado por el gran aficionado a los sombreros que fue Carlos Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III.

La calidad de la estructura del tejido de Panamá se mide por número de fibras por pulgada cuadrada –teniendo los sombreros más finos entre 1.500 a 2.000 fibras–, pero depende en mayor medida de las manos que lo confeccionan. Una de las mayores amenazas de la tradición de este sombrero es que apenas quedan buenos tejedores.

 

EL SOMBRERO A MEDIDA

A mayor rigidez del sombrero, más importante será que haya sido confeccionado con las medidas de su portador. El cráneo es irregular y distinto de morfología variada por lo que –durante los tiempos de top hat y el bombín– los sombrereros se preocuparon de obtener las medidas volumétricas más precisas de sus clientes. Para ello, emplearon un medidor que registraba en una cartulina la forma perimetral del cráneo –headshape– facilitando la creación de las hormas y los sombreros para ese cliente. El conformador –como otros de los artilugios usados por los sombrereros fueron inventos utilizados en los primeros tiempos de la psiquiatría usados para realizar estudios anatomopatológicos– ha sido de gran utilidad en la elaboración de sombreros.

Las técnicas y los procesos de elaboración de los sombreros son tan variados como su tipología. Un proceso esencial para que todo sombrero, sea cual sea el material empleado, adquiera la forma pretendida es el planchado, que se realiza mediante la aplicación de calor y la utilización de moldes de madera (o de aluminio).

Además de la coincidencia con las propias dimensiones, la confección de un sombrero a medida permite la elección de un universo de detalles que harán de él algo singular. No obstante, son pocos los lugares en el mundo donde puede encargarse un buen sombrero a medida.

Sin duda el más conocido es Lock & Co., el establecimiento de St. James en Londres, abierto en 1676, que en su clientela ha contado con personajes como el Almirante Lord Nelson, el Duque de Wellington, Lord Byron, Beau Brummell, Oscar Wilde, Winston Churchill, Sir Alec Guinness o Graham Greene. Hace ya años que la otra célebre casa británica –Christys’, la compañía fundada por Miller Christys en 1773 y que a mediados del siglo XIX llegó era la mayor sombrerería del mundo, con más de 3.000 empleados– dejó de confeccionar sombreros a medida.

Gracias al el maestro sombrerero Szaszi se rescató de su desaparición una sombrerería del imperio Austro-Húngaro situada en el centro de Viena, que hoy lleva su nombre y que acepta encargos de todo tipo de sombreros a medida.

Jürgen Eifler, abrió en Colonia, en 1984 –cuando los sobreros casi habían dejado de utilizarse– Hüte & Kappen Nach Maß, un establecimiento dedicado a la elaboración de sombreros a medida que se mantiene gracias a la calidad de sus sombreros y al entusiasmo de Martina Hegner.

Prueba del resurgimiento de la moda del sombrero es Optimo FIne Hats una joven casa de Chicago, especializada en la elaboración de sombreros fedora de gran calidad que ofrece a los clientes los servicios de ‘costum’, ‘your fit’ y ‘your style’.

ANA KAMATA

España tiene una gran tradición en la elaboración de sombreros y los modelos típicos españoles –como la montera, el calañés, el cordobés, etc– pero no había tenido ninguna sombrerería capaz de elaborar los más finos sombreros hasta que Ana Lamata –doctora en Historia del Arte Contemporáneo– regresó a Madrid  tras formarse en Londres trabajando con Ms. Rose Cory, modista y titular real de la Orden a Su Majestad real la Reina Isabel, la Reina Madre. Cada uno de los sombreros para caballero o señora que confecciona es realizado “a medida, tanto del tamaño y la forma de la cabeza como de la forma de pensar y de vivir”. En su taller madrileño – que se muestra en las fotografías de las dos páginas anteriores– todos los procesos se realizan a mano, con las antiguas técnicas que garantizan la mayor calidad.

 

Por Rafael Rossy