Irving Penn, al que se denomina Picasso de la fotografía, fue un hombre dedicado a la búsqueda de la belleza. De las mujeres a las colillas de los cigarrillos, cualquier foto de Penn es la mezcla perfecta entre elegancia y minimalismo. Cuidando lo que le dictaba su retina.
La carrera de Penn desafía las definiciones habituales entre los territorios publicidad y arte. El arte es la búsqueda de una estética personal más allá de las normas y la publicidad solo busca la creación de deseo, por eso son considerados antagónicos. Irving deslizó su trabajo de casi medio siglo a través de las dos, por caminos complejos y en ocasiones hasta misteriosos.
Accedió al mundo del arte comercial de Nueva York, casi por accidente, después de estudiar diseño en el Museo de la Escuela de Arte Industrial de Filadelfia, siendo ayudante gráfico de la mano del mítico Alexey Brodovitch en Harper’s Bazaar durante la década de los 1930. De allí pasó a ser el gerente de publicidad de Saks Fifth Avenue en 1940, un trabajo que heredó de Brodovitch, y cansado de Nueva York, se retiró a México durante un año para pintar.
El segundo de los más grandes editores de revistas de moda, Liberman, lo llamó para trabajar en Vogue como su asistente, donde comenzó a usar una cámara, publicando su primera fotografía en color para la portada.
Penn demostró la capacidad de crear imágenes pictóricas, que tenían un sentido muy apropiado para el producto que la revista requería. Con unas mezclas perfectas entre retrato y naturaleza muerta, las fotografías distintas de Penn fueron todo un éxito. Él dio a sus modelos un tipo de personaje que parecía ligada a la forma ideal, y dirigió la puesta en escena con la mínima ostentación, simplemente creando diseños metafóricos.
Penn ha hecho algunos de los retratos de intelectuales y artistas más representativos del siglo XX. También hizo excursiones muy alejadas en concepto de las capitales de moda. En Marruecos, Papúa Nueva Guinea o Perú realizó alguna de las obras más consistentes y perfectas del mundo fotográfico. Sin olvidar esos “film still” de pureza geométrica, realizados en su estudio con un telón de fondo que en ocasiones también usaba para la moda. Difícil es conseguir en esos saltos entre publicidad y comercio que los dos géneros brillen por encima de cualquier otro fotógrafo.
Sus fotografías a menudo parecían desafiar a la moda. A sus modelos y retratados nunca los tomó corriendo o girando sobre sí mismos; nunca nada sin definición. Incluso los miembros del club de motociclistas Hells Angels, que fotografió en San Francisco en 1967, aparecen como el equivalente gráfico de un friso griego.
En cuando a sus instantáneas de moda, rechazó los complicados escenarios y poses, sacó las modelos a la calle, prescindió de complicados escenarios, las colocó sobre fondos lisos destruyendo cualquier sentido del espacio o la escala, para dejar hablar a la ropa por sí misma. Penn dio una realidad sin artificios; con la luz perfiló cada costura de un vestido, la textura de la tela y el contorno de los vestidos. Simplemente retratando el gesto, con un largo guante negro, podría coreografiar y definir el espacio a través de una página.
Penn era un esteta y por eso se casó con la mejor modelo de la época y su mejor musa: Lisa Fonssagrives. Era un hombre que detestaba las fiestas y la vida social. Anna Wintour relata que un día acudió a un cóctel y que inmediatamente se le acercó y dijo: “está lleno de magnates, no me interesa”. Sin embargo, era un conversador refinado y un marido amigo y devoto enamorado. Su matrimonio con Lisa Fonssagrives, que destacó también como artista, duró 42 años, hasta la muerte de ella en 1992.
Fonssagrives fue retratada como una mujer sofisticada y radiante, convirtiéndose en el estándar estético de la elegante fotografía de moda de la década de los 1940 y 1950.
Retrató de todo: moda, bodegones, estrellas de cine, comida, desnudos, flores, maquillaje y 158 portadas para Vogue. Situados en las paredes de la galería, formarían una rica historia acerca de la historia visual y la vida cultural del siglo XX.
Su hermano, el gran director de cine Arthur Penn, lo describió como “un ojo implacable y sin ninguna traba”.
El trabajo de Penn contenía mujeres, luz, composición, forma y sobre todo decisión propia. El último genio. Recientemente se vendió “Woman with roses” con Lisa como protagonista, por 600.000 euros.