¿Se visten las mujeres para los hombres, o para las mujeres? Según Anna Wintour la pope del fashionismo, las mujeres en Nueva York se visten para Bill.

Tímido, discreto y a lomos de su bicicleta número nueve, -las otras ocho se las robaron- sigue y persigue por las calles de la ciudad a las mujeres más conocidas. ¿Su objetivo? Retratarlas para las páginas del New York Times. Vestido con su gastada chaqueta azul de dependiente antiguo y su eterna Leica, ese anciano vital y encantador marca las tendencias de la ciudad de los rascacielos publicando aquello que según su ojo es “lo más, en la calle” .

Ahora en un documental se le rinde homenaje y un grupo de compañeros de la sección cultura lo presenta como a un colega de una talla humana excepcional. Creen que ha llegado un momento en sus vidas laborales en el que están obligados a compartir con el mayor número de personas, no sólo el privilegio de haber participado de sus conocimientos, sino la experiencia de conocerle a él como persona.

“Aquellos que ven la belleza la hallarán” dice Bill Cunninghan. Su oficina y su archivo son su casa desde hace muchos años. Pertenecer a la plantilla del New York Times es su único poder. Disfrutar de la calle, de la moda, de la extravagancia han conformado su vida.

Bill Cunninghan New York, es un película a propósito de un hombre corriente que ha acabado por ser un ser excepcional. ¿O no es excepcional un fotógrafo que es la memoria visual de la moda de este siglo, y sigue viviendo en un modesto apartamento rodeado de sus negativos?

Bill no tiene nada que ver con Scott Schumann, otro fotógrafo que haciendo lo mismo, ha devenido en “star” de la fotografía de moda callejera, casual en apariencia pero sin duda preparada.

Cunninghan se pasea despacio por Nueva York, cámara en mano, pidiendo y obteniendo el permiso de los fotografiados con una palabra amable que comienza por “¿puedo?” Y termina con “gracias”.

Cobra un parco salario (“porque el dinero es lo más barato, y la libertad es lo más caro que se puede tener”, señala en una sentencia que se permite en el documental). Es capaz de distinguir en lo más mundano las tendencias de la Alta Costura. En la redacción del Times se presta diligente a realizar tareas adicionales y vive tranquilo, solo y en paz. Poco se sabe de él, ni siquiera si tiene 84 años o más.

Su sencillez le lleva a recibir la medalla de la ciudad de Nueva York con su célebre chaqueta añil. Todos los que le conocen dicen que Bill es la quintaesencia del lujo, porque todo lo que necesita es nada más que lo esencial: Un ojo avezado, una presencia discreta y la felicidad del trabajo bien hecho.

Nada más sofisticado que la sencillez extrema de este hombre. Si no te ha visto Bill y no has salido en su columna, simplemente, no existes.

 

Por Lola Garrido