Entrar en el Mandarin Oriental siempre me da buena onda. Unos cuantos pasos en esa rampa majestuosa que deja atrás el bullicio del Paseo de Gracia y ya me siento sumergida en un mundo distinto, el del lujo contemporáneo y sereno que ha creado la sabia varita mágica de Patricia Urquiola. Pura armonía, ni una sola estridencia, ni un asomo de ostentación en forma de un brillo excesivo o de una curva mal esbozada. Hasta el aroma corporativo, unas sensuales notas de resonancias ambarinas, está en perfecta sintonía con la elegancia y el sosiego que transmiten los espacios de este hotel, ahora ampliado con 17 maravillosas suites.
El motivo de mi visita de hoy es disfrutar en primera persona del caviar verde del Maresme, que así es como calificó en una frase épica Carme Ruscalleda a los guisantes de esa zona. Y es que la primavera es el momento óptimo para saborearlos en todo su esplendor. Y Moments, el restaurante que ella dirige y que ya va por la segunda estrella Michelín, el lugar adecuado para hacerlo, en una degustación creada especialmente para esta temporada y que tiene como especialísimo compañero de reparto al caviar negro.
El del Moments es un comedor sobrio y elegante, donde la única nota de atrevimiento aparece en unos techos esgrafiados en oro por la propia Urquiola y unos laterales acristalados por los que se divisa un jardín vertical que ahora estalla en todas las variedades del verde. Pero lo más interesante sin duda es lo que tengo enfrente: la cocina del restaurante, abierta a los ojos del cliente a través de un escaparate teñido de un rabioso amarillo limón. Es imposible despegar los ojos de la frenética actividad de pinches y cocineros que, vestidos de blanco impoluto, se afanan concentrados en afinar guisos y decorar platos. Debido a mi trabajo he visitado innumerables cocinas, y reconozco que es uno de mis vicios secretos. No hay nada comparable a presenciar en directo la concentración y la magia que se respiran durante el servicio de un restaurante de esta categoría.
En la mesa me espera una bonita sorpresa: el menú que voy a degustar está impreso con mi nombre (una cortesía del restaurante hacia todo el que pide un menú degustación), y en él se especifican todas las delicias que voy a saborear. Pero aquí no acaba la cosa porque, al tomar asiento, me entregan además otro delicado desplegable en el que aparecen, dibujados y coloreados por la propia Carme Ruscalleda, los aperitivos que me van a servir y los divertimentos que me ofrecerán con los cafés. La croqueta de langostinos, los triángulos especiados de pipas, los buñuelos de espinacas, el bombón de chocolate y menta o las gominolas de mango y lima salpican con trazos hábiles y colores chispeantes esta bonita cartulina que me echo al bolso en cuanto el camarero se da la vuelta.
Después de los aperitivos, delicados y exquisitos en su sabor y presentación, llega el caviar negro, que por una vez actúa cómo “telonero” del plato principal. Las brillantes bolitas color antracita descansan acariciadas por una piel de tortilla y arropadas por pan perfumado con vodka. El paladar se me inunda de esta sinfonía de sabores, todos deliciosos y equilibrados.
Y aparece por fin la estrella del menú, posada suavemente sobre un trozo de pizarra gris. Se trata de una latita redonda, con un sugerente dibujo de Carme Ruscalleda en la tapa que representa una vaina abierta mostrando sus tentadores frutos, y en su interior el caviar verde, con su flor incluida. Los contemplo detenidamente y me concentro para aspirar su delicado aroma. Los como directamente de la lata, siguiendo las instrucciones del camarero, y compruebo que están en su punto exacto de cocción, tan sólo tres minutos que bastan para llenar mi boca de su textura dulce, tierna y jugosa. Entiendo y comparto el calificativo de “caviar verde”, porque tener la oportunidad de saborearlos escogidos personalmente por Carme Ruscalleda y preparados y presentados con sus sabias instrucciones hace que la experiencia sea realmente única. Sé además que los guisantes son unos excelentes protectores de las enfermedades cardiovasculares ya que, al ser ricos en fibra soluble, favorecen la reducción del colesterol y contribuyen a regular los niveles de azúcar en sangre.
Después vienen otros dos platos deliciosos e igualmente condecorados con las siglas VGA (Valor de Gastronomía Antiaging, recomendados por el Dr Manuel Sánchez de la Clínica Planas): el rape enmascarado con alcachofas y calçots y el filete de ciervo con pera, manzana y almendras.
El broche final lo pone el postre, una espectacular composición de distintos chocolates, espuma de avellanas, café y orujo que en su elegante presentación compone un homenaje al techo decorado en oro del comedor, con unos sabores indescriptibles y en perfecta consonancia con el menú. Y por último los divertidos y juguetones petits fours, acompañando el café. Gominolas, macarons, nubes, galletas y bombones me transportan a la infancia en un abrir y cerrar de ojos. Sin duda, ha valido la pena.