A sus 82 años, la artista japonesa más importante de su país está viviendo una fama que vas más allá de lo artístico. Existen artistas que sus vidas personales van más allá de su propio trabajo, y resultan fascinantes e inmortales mucho antes de serlo.
Así ha debido pensar Marc Jacobs director artístico de Vuitton, que además sabe que la obsesión es bella, y lo mismo que trabajó con Richardd Prince y Murakami, ahora los estampados de lunares de Kusama van a ser lo que toda mujer adicta a la moda va a desear.
La historia de la artista japonesa es una película. En su juventud se desplazó de su país a Nueva York dónde inmediatamente contactó con toda la vanguardia del momento, amiga del minimalista Donald Judd, de Claes Oldenburg, de Chamberlain y de Georgia O’Keefee la carrera de Kusama produjo en aquel momento un impacto con sus radicales manifestaciones artísticas.
Mientras en Manhattan triunfaba el pop y Warhol reinaba en su «Factory» y en «Studio 54», una japonesa revoluciona la Gran Manzana con su excéntrico arte, con sus extremadas performances y happenings (en «Walking Piece» pasea con kimono por Nueva York, mientras en otras acciones aparece desnuda por la ciudad mostrando su rechazo a la guerra de Vietnam), además de manifestarse contra el arte del momento: El expresionismo abstracto, que consideraba patriarcal, gestual y autoritario.
Kusama que tuvo una aventura con otro artista tan excéntrico y complejo como Joseph Cornell, nunca vivió la sexualidad que sus obras preconizaban, y en su obra representa tentáculos que son un resultado de su trauma sexual.
En 1973 vuelve a Japón y, de manera voluntaria, se recluye en un psiquiátrico desde el que lanza un arte renovado tanto pictórico como escultórico. Sus instalaciones se exponen ahora en el Whitney de Nueva York patrocinada por la marca francesa de moda. Los cuatro de los grandes museos de arte contemporáneo del mundo se rinden a esta artista inclasificable, inconformista, excéntrica, experimental, sorprendente, original, singular e inimitable.
Tal vez los círculos laboriosamente estampados como terapia en las telas, y que fueron inspirados por las piedras que veía en el arroyo detrás de la casa dónde creció, sirvan también para que las mujeres las lleven con la determinación y libertad con la que Kusama ha creado su arte.
Es espectacular que una obra de una artista de su fragilidad haya acabado siendo el “top” del momento. Sin embargo, en los ochenta, su afán por convertirse en la más famosa le llevo al pozo de la depresión. Pasó a ser una especie de chamán hippie de vanguardia y pasto de los tabloides, simplemente por pintar lunares en cuerpos desnudos. Pero el coste fue alto: En los años setenta, quebrada y rota, ella se mudó a Japón para ingresar en un hospital mental en Tokio. El éxito la derrumbó.
A partir de ahora, los lunares de Kusama estarán tan presentes como ella estuvo una década en la escena artística de Nueva York. Su vuelta ha sido el gran triunfo que siempre quiso.
Por Lola Garrido