Norman Parkinson fue el prototipo de gentleman británico. Bigote colonial, chalecos de fuertes colores, trajes impecables, ojo avezado y, por supuesto, un Morgan como medio de locomoción. Nunca hubo un fotógrafo más cool and chic en el mundo de la moda y junto con su modelo favorita y esposa Wanda, formaban una de esas parejas que parecían sacadas de una gran película romántica.
El pasado mes de marzo se cumplieron los cien años del nacimiento del gran fotógrafo y, con ese motivo, en Londres se celebra una gran retrospectiva de sus fotografías- algunas inéditas- que durará hasta mayo.
Angela Willians, que guardaba alguna de esas tomas y fue su asistente durante muchos años afirma que Parkinson fue una «inspiración» para las mujeres. Él documentó nuestra transformación en la década de 1950 y nos ayudó a mostrarnos libres en los años 60, cuando estábamos luchando por una liberación apenas descubierta, preguntándonos qué hacer para ser realmente independientes.
Parkinson siempre afirmó que no era un fotógrafo que buscara ser artista, pero con el paso del tiempo sus fotografías han demostrado ser un legado sustancial; artístico e histórico. Fue el fotógrafo que junto con Munckási, trató de retratar la moda fuera de los confines sofocantes de un estudio. Sus tomas estaban en el mundo real, donde capturó la belleza natural con realismo e ingenio. Siempre había un toque de magia en su trabajo. No se limitó a tomar un momento, sino que influyó en el espíritu de la época.
Con su acerado sentido del humor, declaraba que después de retratar a casi todas las debutantes de Londres para las revistas de sociedad, su único objetivo al ser contratado por Vogue consistió en “desbloquear las rodillas de las modelos”. Fue a partir de esta frustración cuando nació el estilo directo que hoy reconocemos como suyo. No iluminó artificialmente y fue capaz de integrar a las modelos en la calle en movimiento. Trató de aprovechar los gestos casuales y, como resultado, capturar aquello que había estado ausente de la fotografía de moda durante la década de 1940: el sentido de lo inesperado.
Mirando retrospectivamente, sus tomas poseen una elegancia natural y establecen cómo Parkinson fue el vínculo entre la postura de principios de siglo XX de los retratistas -Cecil Beaton y Edward Steichen- y la vitalidad del estilo del fotógrafo por excelencia del “swinging London”, David Bailey.
Norman era incapaz de tomar una foto sin llevar encima de su cabeza el tradicional gorro de las bodas en Cachemira, cuenta su amiga y editora Grace Coddington. Y si cuándo llegó a Nueva York, consiguió retratar a las damas norteamericanas como duquesas lo cierto es, que también consiguió que las duquesas parecieran damas.
El retratista favorito de la familia real británica- que por cierto, demuestra una gran devoción por los grandes fotógrafos- afirmaba que “un fotógrafo sin revista es como un labrador sin campo”. Vogue, fue su campo entre 1945 y 1960 y sus cosechas grandes fotografías. Se le recuerda como el gran caballero de la cámara y su lema era: “la cámara puede ser el arma más letal después de la bala de un asesino, pero también una loción para el corazón”.
El éxito de su trabajo se basaba en su admiración por las mujeres. De él no esperen la típica cita sobre la belleza, Parkinson no era de esos. «Son más valientes, trabajadoras, honestas y directas que los hombres», afirmaba.
Por Lola Garrido