El wabi sabi es una tendencia oriental que lleva un tiempo situándose como referente de moda. No es minimalismo, es simplicidad pura y dura: lo esencial; aquello que nos hace ver y sentir la evanescencia de la vida.
Este estilo destaca por interiorizar los matices de la naturaleza y del color con el fin de elevar lo simple a lo bello descarnado y fundamental, aquello que deviene intemporal.
En unos tiempos en los que el minimalismo había terminado por ser una especie de bulimia decorativa, el wabi-sabi ha llegado para quedarse.
La melancolía del paisaje es una de las cualidades implícitas de ese estilo, y consiste en el deseo de recuperar el mundo presente, definido por su lenguaje o por los valores, para constituirse en pura experiencia de la realidad.
Wabi y sabi, son dos términos que unidos, transmiten la interacción que existe entre la juventud y la vejez, la belleza y la fealdad, la vida y la desaparición. Tiene que ver con las características físicas de los objetos y las formas sobrias y sencillas que transmiten una sensación de permanencia.
El arte wabi sabi, busca que la conciencia del espectador se eleve hacia nuevas alturas, y así encontrar un sereno equilibrio entre la pasión por vivir y el ineludible vacío que nos rodea.
El clima, y los cambios de estaciones aportan el interés y la energía. Los orientales suelen usar el paso de las estaciones, para ilustrar las etapas de la vida. De ahí, que la maravillosa floración de los cerezos sea una especie de sublime explosión efímera que hay que saber apreciarla en el justo momento que sucede. El cambio y paso de las estaciones es un tema recurrente en del wabi sabi. No es un estilo triste, sino que acentúa el gozo de la existencia y recuerda que hay que vivir el momento, porque pasa rápidamente. Toda estación tiene su belleza.
Con esa idea, en un paisaje de rocas a lo largo de la pendiente de un terreno del Valle de Guadalupe en México, se ha creado un hotel que recoge esa idea de estilo esencial. Veinte habitaciones de hotel, diseñadas por el San Diego Gracia Estudio. Situado dentro de un paisaje de viñedos, cada eco-loft tiene ventanas panorámicas con vistas al hermoso valle. Colocadas sobre pilotes de acero de 20 metros cuadrados, parecen flotar sobre el suelo rocoso, sin interferir lo más mínimo con el entorno.
Los cubos habitacionales están hechos de acero corten, con una superficie estudiada para que el paso del tiempo actúe sobre la superficie envejeciéndolo, de forma que llegue a integrarse con los tonos agrestes del terreno circundante.
Cada unidad está estratégicamente orientada para que las vistas no encuentren obstáculos hacia el valle. Las cabañas son íntimas y los huéspedes al cerrar la puerta de entrada sienten el aislamiento y la comunión con la naturaleza. Cada rancho tiene un patio personal y chimenea que se convierten en salas exteriores y cómodas.
El complejo de 99 hectáreas se completa con una bodega cercana y piscina. Inmerso en el paisaje rocoso, sirve de ejemplo y tendencia de la cultura visual de nuestros días al trabajar con estéticas sencillas e integradas en el espacio. Un lugar que se edifica como una apuesta de estrategias de resistencia ante los avances del tiempo y la historia.
Esta presencia de lo obsoleto y nostálgico con el futuro ecológico, se ha convertido en un género en sí mismo.
Por Lola Garrido