Un zapato bien diseñado e impecablemente construido puede llegar a ser una auténtica escultura. Pero el pináculo del arte de la zapatería es el calzado a medida. Un par de zapatos hechos a medida para un cliente es una valiosa pieza artesanal.

La confección manual del calzado persigue una perfecta adaptación a las formas de quien lo llevará, que además de aportar confort a su portador, garantizará una mayor durabilidad de los zapatos. Nadie tiene los pies iguales y sólo con el calzado a medida pueden respetarse los detalles vulimétricos únicos de cada cliente. Además, la posibilidad de elegir diseño, altura del talón, dureza de la suela, color o tipo de piel permitirá que el zapato a medida responda fielmente al estilo de su propietario. La técnica y las numerosas horas de trabajo que requiere aseguran una calidad superior a la de los fabricados en un proceso industrial en cadena. A pesar de ello, el oficio de zapatero está en extinción y quedan pocos especialistas capaces de confeccionar alta zapatería a medida. El fallecimiento de maestros como Stefano Bemer hace cuatro años, o el ya lejano de Gatto, se suma a la desaparición de otras casas míticas. Pero, afortunadamente, quedan todavía especialistas que se resisten a renunciar al encanto de la tradición de la alta zapatería, a la vez que emergen nuevos bespoke shoemakers jóvenes que garantizan la continuidad del oficio en las próximas décadas. Aunque en los últimos dos siglos el oficio se ha visto enriquecido por la posibilidad de obtener nuevos materiales procedentes de diferentes rincones del mundo, el proceso de confección de un zapato continúa siendo esencialmente el mismo de antaño.

Proceso de elaboración

La construcción del calzado se divide en diferentes fases, todas ellas de importancia capital para que el cliente obtenga unos zapatos del diseño, acabados y comodidad deseados:

  • La elección del modelo. Además del tipo de zapato (Oxford, Derby, Monskstrap, Balmoral, etc) el cliente, atendiendo a la indumentaria con la que desee combinarlo, deberá escoger el color y el tipo de piel con la que se elaborará.
  • La medición precisa del pie. Se toman las medidas volumétricas y se observan las deformaciones de los zapatos anteriores, el contorno del pie y la huella. Un buen zapatero prestará también atención al modo de caminar, de moverse y permanecer en pie del cliente.
  • La elaboración de la horma. Hecha de madera de haya o de carpe –de al menos 80 años de edad para que ofrezca óptimas condiciones de resistencia–, la horma es la estructura sobre la cual se construye el zapato.
  • La confección de la pala. La solidez de la parte superior del calzado dependerá de la calidad del patrón y del curtido correcto de la piel elegida. El especialista selecciona las piezas una a una y las corta y prepara cuidadosamente.
  • El montado de la suela. Una vez otorgada a la pala su estructura tridimensional y preparada la suela, se tensa la pieza sobre la plantilla y se cose la vira (la tira de refuerzo entre la suela y la pala). · La colocación del tacón. Se prepara a partir de varias capas de piel cortada sin patrón. Una vez fijado se escunde el material que sobresale, se comprueba que ambos tacones sean idéntidos y se pulen.
  • El deshormaje. Debe realizarse con sumo cuidado con el fin de evitar el deterioro del zapato. · El acabado del calzado. Se dan los últimos retoques con el alisado del interior, la colocación de la plantilla y el lustre final de los zapatos
  • Y, por último, la entrega al cliente. Tras varias semanas –e incluso meses– de espera, el cliente recibe finalmente un par de zapatos que se adaptan al milímetro a sus pies y que representan la continuidad de una tradición milenaria.

 

Por Rafael Rossy