La noche anterior a la caída de Lehman’s Brothers en Nueva York se celebró una subasta única con obras de Hirst, que batió todos los anteriores récords. Al día siguiente comenzó la gran crisis. El arte navegó sorteando la tempestad dos o tres años y los cuadros que salían a subasta no eran precisamente “blue chips”. Los reservaban para mejores ocasiones.
La semana pasada, cinco años más tarde, Christie’s consiguió batir todos los récords anteriores con una venta de 745 millones de dólares. Hablar de dinero es feo, los cuadros que se subastaron eran excelentes –por no llamarlos bonitos, término fuera de uso en el mercado artístico. El arte contemporáneo aborrece lo fácil.
En la noche neoyorquina los dos primeros lotes Newman «Fuego Negro I» y Bacon de «Tres Estudios para un Retrato de John Edwards» consiguieron 165 millones, eso como aperitivo. Se establecieron récords para diez artistas, incluyendo a Newman, Alexander Calder y Joan Mitchell, que batió el récord como la artista femenina más cara en subasta. Cinco de las diez piezas de la venta fueron compradas por Xin Li, vicepresidente de Christie’s en Asia, que las adquirió para clientes que pujaban por teléfono.
Asher Edelman, un marchante de arte y fundador de ArtAssure, una compañía de financiación de arte, al salir de la sala de ventas del Rockefeller Center comentó irónico ante las escandalosas cifras: “No sé por qué el dinero debe simbolizar más que los cuadros”. Sentado en la parte delantera de la sala, repleta con más de 800 personas, estaba el diseñador de moda Marc Jacobs y James Tomilson Hill, vicepresidente de uno de los mayores fondos de riesgo del mundo.
Un maravilloso cuadro de Mark Rothko de 1952 pintado con capas de tonos púrpura y naranja fue vendido por 66 millones de dólares. El arte de Rothko tiene una dramática relación con elementos como el fuego, la sangre y el ritual, la vida, la muerte y también el drama.
La burbuja del arte no pincha y los precios de las obras de arte de primer nivel de posguerra y contemporáneo van en aumento, porque los coleccionistas las ven como una de las mejores inversiones y el símbolo de estatus por excelencia.
Por si fuera poco y como el mercado estaba caliente, Christie’s organizó otra subasta con el título de “Si estoy vivo, te veré el martes” en la que vendió 134 millones en una hora. Kippenberger consiguió su récord. Las dos subastas terminaron en 879 millones.
“Las ofertas se sucedían tan rápido que apenas daba tiempo a subir la mano para la puja”, comentó Todd Levin, un marchante sentado en primera fila. “Estamos hablando de personas que tienen entre 20 y 30 millones para dedicar a artículos de lujo”, aclaró. ¡Quién dijo crisis!
Las mega subastas de la semana pasada demuestran que se está llegando a precios exageradamente altos. ¿Por qué no hay una señal de un posible estallido de la burbuja? Una palabra resume la pregunta: son los magnates chinos, como anteriormente fueron los japoneses, los que mantienen los precios.
¿Qué es el arte contemporáneo, después de todo, en 2014? Un objeto de belleza, sí, pero también una inversión, un instrumento para el ascenso social, una gran oportunidad para el blanqueo de dinero… Añádase a esto la caída del secreto bancario y la evasión de impuestos que ahora tiene lugar en los EE.UU. y el Reino Unido, y el arte –que puede ser convenientemente almacenado en un refugio libre de impuestos en Suiza o de Singapur– se ve muy atractivo.
Las casas de subastas también están ayudando a impulsar el mercado y a reducir la volatilidad, con un ingenioso truco llamado «garantía de un tercero» u «oferta irrevocable», a través del cual venden un trabajo antes de la subasta por un precio mínimo. Esto se convierte en la reserva y por debajo de ese precio la obra no se va a vender. La garantía da al vendedor la confianza para consignar un trabajo y a otros posibles licitadores la seguridad de que hay alguien ahí fuera dispuesto a comprarlo. Sin embargo, estos acuerdos financieros son secretos y están plagados de conflictos de interés potenciales. Muchos comerciantes, tales como David Nash, socio de Mitchell-Innes & Nash, sostienen que distorsionan el libre mercado. ¿Pero existe un mercado en el siglo XXI que no esté distorsionado? La respuesta está en el viento.
La pregunta es otra: ¿verdaderamente, hay algo más estimulante que tener colgada en tu salón una finísima y tamizada pintura de Rothko que quita la respiración, e invitar a tus amigos a tomar café? Sus campos de color y los estratos de la pintura dejan de ser formas para convertirse en vehículos de sensaciones cromáticas, tratados para generar una “luz interna”, como él la llamaba, que recuerda a Rembrandt y Turner. Es decir un café, café y sin azúcar.
“La gente de las finanzas y los capitanes de la industria se sienten atraídas por el mercado del arte ya que, superficialmente, es una especie de teatro de puro dinero”, dijo el joyero londinense Graff.