En una blanca mañana parisina, los ojos de la diseñadora francesa Andrée Putman se cerraron a negro. Sus dos colores; los que le llevaron al éxito.
Diseñadora y arquitecta de interiores, excéntrica y provocadora, Putman se ganó el éxito gracias a los neoyorkinos, que fueron los primeros en verla como una verdadera artista. Desde entonces se convirtió en un icono del glamour francés.
Su celebrado diseño del Hotel Morgans, con su baño en azulejos blancos y negros se ha convertido en un icono de la época.
Vestía de negro, y la que decía ser “la oveja más negra de todas las ovejas negras”, murió el pasado sábado a los 87 años, dejando tras de sí una carrera de éxitos. Se definía con tres palabras «elegancia, sencillez y refinamiento» estos tres tópicos en su caso, eran la forma con la que daba el toque de diferencia y distinción a sus proyectos.
Sus interiores eran sencillos, pero no impersonales. Serenos, pero no fríos. Tentadores pero no opulentos. Encantadores, pero no nostálgicos.
Diseñadora tardía comenzó su cararera a los 53 años, después de un doloroso divorcio para jugar un papel decisivo redescubriendo el trabajo de diseñadores como Eileen Gray, Robert Mallet-Stevens y Mariano Fortuny, a los que divulgó creando “Ecart”.
Tenía además estrechos vínculos con el mundo de la moda, desde el momento en que se convirtió en director artístico de «Creadores Industriales», fundada por Grumbach en 1971. De la aventura nació una nueva generación de talentos como Claude Montana, Thierry Mugler, Issey Miyake, Jean-Charles de Castelbajac, etc.
Amaba los sueños, el inconsciente, la imperfección, lo inquietante y rechazaba todo control perfeccionista.
Entre sus trabajos más conocidos figuran la decoración del avión supersónico Concorde y de hoteles de lujo en todo el mundo. Descubridora de los más grandes del diseño y de la moda, nunca se cansó de inventar, consciente de que el diseño no tiene nada que ver con mera decoración o con la habilidad de colocar una silla en su lugar. Ella creaba espacios.
Andrée Putman fue la Juana de Arco del diseño. Tuvo genio y heroísmo además de ingenio. Era la heredera de la Bauhaus, en la tradición de Eileen Gray y otras mujeres que han aportado a la arquitectura y el diseño algunos de los conceptos más celebrados en la profesión.
Rigor, clase y un toque de extravagancia, hacían de su aspecto una presencia que intimidaba. Decía verse como una exploradora siempre en busca de «nuevos territorios». Su estilo era el contemporáneo que busca ser eterno. Le gustaba mezclar épocas y materiales. Con dos elementos esenciales: la luz y el espacio. Negro, blanco, beige, gris, a veces azul Klein, en su última etapa, eran sus tonos. La paleta de colores era sobria, pero con ellos creaba ambientes cálidos.
Físicamente espectacular por talla, con un peinado rubio ondulado que jamás cambió, elegante en sus trajes de Thierry Mugler muy estructurados, Andrée Putman parecía un interior de los que ella dibujaba. Nunca habría salido sin maquillaje, porque pensaba que el tono era parte de lo importante. Ni se bajó de sus tacones, incluso en el crudo invierno parisino.
Por Lola Garrido