Decir Sir Cecil Beaton es nombrar la aristocracia de la fotografía británica. Fue además un excelente figurinista y exquisito escritor que satirizó en sus memorias sin piedad algunos de los más bellos rostros retratados por él.

 

Si en sus fotografías amaba a Dietrich, Hepburn o Garbo, en los perfiles que describe en su biografía resultan ácidos, porque aparecen sus caras sin rastro de maquillaje, ni del favorecedor ”flou”.

Jean Cocteau –otro que tal- lo llamaba “Malice in Wonderland” y su gran amigo Truman Capote escribió acerca de su talento “nunca una cámara logró abarcar o capturar más que lo que el ojo de Beaton descubría”.

Desde su adolescencia tuvo una gran fascinación por lo teatral y vestía a su madre y hermanas con todo tipo de accesorios, haciéndolas posar en escenarios inventados con habilidad, que iban desde un somier desvencijado, a un telón pintado con trampantojo.

Cecil Beaton

Sus elaboradas puestas en escena para el primer gran diseñador americano Charles James propiciaron algunas de las imágenes más memorables del mundo de la moda.

Tras organizar una puesta en escena de las suyas, retratando a la Reina Madre en su jardín como una belleza salida de un cuadro de Fragonard, fue nombrado retratista oficial de la familia real, encumbrándole en un ambiente al que no era ajeno.

Jardines, palacios, estaciones, paisajes destruidos por la II Guerra Mundial y fotografías a través de cristaleras, su obra está marcada no sólo por los protagonistas de sus retratos, sino también por sus ambientes, por las atmósferas y por la sutil forma de transmitir su concepto y sensibilidad.

Cecil Beaton

Nacido en una familia aristocrática en Londres en el año 1904, creció fascinado por las revistas de alta sociedad y las fotos que en ellas aparecían. El joven y entusiasta Cecil Beaton quería crear imágenes brillantes al igual que las de las actrices que adoraba.

Cecil Beaton

En 1915 le regalan su primera cámara fotográfica: una Kodak 3A de fuelle, que en su momento era la típica cámara para aprendices y aficionados. Fue Alice Collard la que le enseñó las técnicas del revelado y fijado.

En los años 20 era muy normal que las mujeres de la alta sociedad se dejaran fotografiar en los estudios e incluso pagasen por un retrato sereno, elegante y “ensalzador”. Ahí Beaton encontró su mercado.

Cecil Beaton

Este ambiente de glamour de la élite y las estrellas del cine envolvieron a Beaton desde sus inicios y fomentaron un especial gusto por el retoque fotográfico y los ambientes encantados que servían de fondos a los fantásticos retratos.

Innumerables famosos posaron ante su objetivo. Su estilo se basaba en el control de luces y sombras, manipuladas con gran sensibilidad; escenarios decorados con un estilo de elegancia muy personal y juegos de espejos con figuras, estatuas y vestidos peculiares.

En 1924 se introdujo en el mundo de Vogue con un retrato retocado de su amigo George Rylands. Varios años después, reúne material suficiente y abre una exposición en el West End y en 1926 empieza a dedicarse exclusivamente a la fotografía.

Cecil Beaton

El característico toque de Beaton, su capacidad para sugerir mundos frágiles, sofisticados y sensuales, hicieron del artista un genio de la escenografía teatral, así como un fotógrafo muy sugerente.

En las páginas de Vogue y en sus portadas descubrió Beaton a su gran referente: el retratista Baron de Meyer, a quien describiría años más tarde como el “Debussy de la máquina fotográfica”. Tal fue su admiración que tomó como inspiración ambientes y trucos fotográficos de Meyer, pero no sólo tomó eso, sino que además adoptó el mismo tipo de letra con el que firmaba, para firmar sus retratos.

Otro de sus maestros fue George Hoyningen-Huene, aristócrata ruso y gran fotógrafo además de compañero de Horst. De él diría “Estoy agradecido a George por haber dado una nueva dimensión a mi oficio de fotógrafo”. Los tres conformaron la tríada aristocrática de la moda.

Cecil Beaton

Durante los años 60 dedicó todo su talento y energía al mundo del cine y el teatro. Fue un notable escenógrafo y diseñador de vestuario, destacándose en ‘My Fair Lady’ y ‘Gigi’ por las que ganó dos Oscars. Su idilio con Greta Garbo que él con un exceso de orgullo contó, le alejó de la cercanía de “la divina” para siempre.

Sus últimos tiempos de enfermedad, sin poder salir de su habitación, fueron difíciles para un hombre que vivió la gloria. Acompañado de los retratos de sus dos compañeros de vida y del de Greta en su mesilla, murió en Londres, el invierno de 1980. Su frase más repetida en aquellos años fue “el tiempo no sólo cura sino que también reconcilia”.

Cecil Beaton