«La primera mitad del siglo perteneció a Picasso y la segunda mitad a la fotografía», dice Bailey. Y puede que tenga razón. David Bailey es uno de los fotógrafos más influyentes y fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Fue un niño disléxico, que destacaba en el arte y no podía escribir. A veces es machista, otras, crítico con su país, y le gusta jugar a joven airado de la clase baja.
Fue el fotógrafo del “Swinging London”, que revolucionó la fotografía de moda para siempre. Junto a Shrimpton, modelo estrella de los 60 y pareja del fotógrafo durante cuatro años, sacaron la fotografía de moda a la calle y la convirtieron en arte; juntos hicieron algunas de las mejores fotos de la historia de la moda. Los dos sabían lo que querían y su éxito fue inminente. Ambos se convirtieron en creador y representante de una fotografía nueva más natural, menos estática, casi sin fondos y minimalista.
Bailey se convertiría desde entonces en el fotógrafo más célebre del Reino Unido y en marido de algunas de las mujeres más hermosas del planeta, entre ellas la actriz Catherine Deneuve. Años después de divorciarse diría: “era como tener que conducir un Ferrari cuando yo estaba preparado para un Ford”.
Después de los dos fotógrafos más snobs y elegantes de la escena británica, Cecil Beaton y Norman Parkinson, aparecieron los llamados “trío black” del East End, que cambiaron el estilo y la forma: David Bailey, Terence Donovan y Brian Duffy. De los tres, el único que sobrevive a la época y a todo lo que significó es Bailey.
Según la crítica Sandy Nairne, directora de la National Portrait Gallery -en la que se está exponiendo una antológica del fotógrafo-, él “hace” los retratos en lugar de tomarlos. Y con ello se refiere a que es un creador que utiliza la iluminación para crear una la ilusión, no una realidad.
Fue un joven de aquellos tiempos de los “angry men”, tiempos del “mirando hacia atrás con ira”, con habilidad y encanto para acabar siempre acompañado en la cama. El fotógrafo seducía a cualquier modelo que se ponía detrás de su lente. No era alto, no tenía clase, pero era un muchacho atractivo con cara de niño.
Lo que más encandilaba a las chicas es que con su trabajo se rompieron las barreras de clase y se acabó el comportamiento excesivamente correcto que duraba una década.
Sus primeras fotografías de las gentes de su barrio destilan emoción. Pronto, sin embargo, pasó a las celebridades y la moda, y tiene en su haber más de 350 portadas de Vogue. Quizás su triunfo en aquel momento tuviera una razón más profunda: había siempre mucha más carne que moda. «Nunca me consideré un fotógrafo de moda», dijo Bailey en una entrevista en el cambio de milenio. «La razón por la que hice moda era que me gustaba lo que había en los vestidos.»
La Galería Gagosian tiene el récord para una fotografía Bailey, alrededor de 120.000 libras esterlinas. Bailey es un fetiche tanto como Mick Jagger, que fue su padrino de boda con Catherine Deneuve. Ha tenido cuatro esposas, entre ellas la también la modelo Penelope Tree y Catherine Drye, con la que sigue casado.
También es mucho más que esas fotografías que vemos en ocasiones y no son sino un montón de encaje sexy. Es un fotógrafo cuyas imágenes en blanco y negro han marcado el siglo, porque captura con precisión geométrica no sólo la explosión de la sexualidad y el desmoronamiento de un rígido sistema de clases, sino también a las personalidades que dieron forma a una nueva era.
En la esencial película «Blow-Up» de Michelangelo Antonioni fue la figura que inspiró el film sobre un fotógrafo de moda. Y en ella aparecen todos los misterios de la cámara y de la vida. Su contribución a la fotografía es exactamente lo que Vreeland dijo nada más conocerlo: “Él representa una ruptura con el elegante pasado y hace que las modelos se vean sexys de forma directa y simple”.
David Bailey es un icono cultural que ha estado en la vanguardia del arte contemporáneo desde hace 50 años. Un londinense de la clase obrera que se hizo amigo de las estrellas, se casó con sus musas y todavía captura el espíritu y la elegancia de su tiempo con su enfoque refrescantemente simple y su afiladísimo ojo. De ahí que el retrato de la reina Isabel, con motivo de su 88 cumpleaños, lo haya realizado David con una toma cercana y familiar que ha encantado a todos.