El “Black and White Dance” en el Hotel Plaza de Nueva York fue el mayor triunfo social de los turbulentos años sesenta.
Truman Capote fue un gran escritor y un gran maestro del espectáculo. Después del éxito de “Desayuno con diamantes” necesitaba un éxito todavía mayor, y le llegó por una vía mucho menos encantadora que la divina Holly Golightly desayunando enfrente de la joyería neoyorquina. “A sangre fría” fue un bestseller que le hizo rico gracias a una especie de realismo-documental en el que relataba la historia de dos asesinos desde sus celdas. Fue el libro más vendido y el que mayor ganancias le reportó.
Capote, además de por su gran literatura, sobrevive como celebridad. Era el mejor en convertirse en figura pública. Fue un maestro del arte de la publicidad. Eso fue más evidente el 28 de noviembre de 1966, cuando en el baile “Black and White” produjo una de las más exclusivas listas de invitados, incluyendo a Jacqueline Kennedy Onassis, Agnelli, Frank Sinatra y Mia Farrow, Marlene Dietrich, Rockefeller, Rothschild, Ford, Greta Garbo más otros gigantes de la industria, políticos y miembros importantes de la jet internacional. Invitó a 540 amigos, pero hizo quince mil enemigos. Todos los que eran alguien compitieron por una invitación.
Capote ya era fijo en los círculos sociales de la élite de la ciudad y sabía muy bien cómo crear expectativas. Fue un manipulador magistral de la autopromoción, él sabía que esa fiesta debía ser mucho más que una celebración y que tenía el potencial de ser una gran oportunidad de publicidad para «A sangre fría», e hizo del baile lo que llamaríamos hoy un “selfie-acontecimiento”.
Decidió convertirlo en el evento más elegante, no sólo del año, sino también de la década y tal vez incluso el siglo. Truman sabía que si había un número limitado de invitados eso establecía un control, y con frecuencia se burlaba de los que reclamaban su invitación con «Bueno, tal vez se le invite, y tal vez usted no vendrá».
Esto era más que una invitación a una fiesta. Fue la última validación social. Fue la declaración de Capote al mundo que esos 540 invitados seleccionados dependían de él para demostrar que tenían el poder y la gloria. Sufrió incluso amenazas y tuvo que salir de la ciudad por un tiempo.
La lista de invitados definitiva terminó siendo una mezcla sorprendente por ecléctica, de la alta sociedad de Nueva York, los ídolos de Hollywood, artistas, autores y escritores, políticos e incluso el propio portero de Capote y su ascensorista.
Las invitaciones por supuesto fueron impresas por Tiffany’s & Co. y especificaban lazo negro y máscaras negras para los hombres y vestido blanco, máscara blanca y abanico blanco para las mujeres. Truman llamaba sus cisnes a las mujeres de moda y poderosas de la ciudad. Se citaba con ellas para ver y ser visto en las tertulias de Marella Agnelli, Gloria Guinness, Pamela Harriman, Babe Paley y Lee Radziwill. Damas a las que una escritora describe diciendo «eran mujeres de una cierta edad, bellezas maduras que habían pasado décadas convirtiéndose a sí mismas en obras de arte».
Todas estaban invitadas por su amistad y confianza, pero no podía elegir entre ellas. Con su característico oportunismo decidió que la fiesta fuera en honor de Katharine Graham, la más poderosa mujer de los medios, dueña del Washington Post y de Newsweek. Una persona ajena a Nueva York, pero que le presentó a los más importantes políticos e intelectuales.
Los invitados cenaron albóndigas y espaguetis (apuesta que fue genial con todos esos vestidos blancos) y se habla de que hubo chicken hash. Las botellas de Taittinger fluyeron toda la noche. La fiesta se prolongó mucho más allá de la madrugada.
Cuando Truman finalmente cerró los ojos por la mañana en su suite del Plaza, los recuerdos del baile giraban dentro de su cabeza. Algunas imágenes destacaban: la Maharaní de Jaipur vestida en oro y esmeraldas; Babe Paley, flotando en un vestido de más suave gasa blanca; una «galaxia de huéspedes en blanco y negro y enmascarados», el mejor momento de su vida en el lugar más bello de la ciudad. «Era justo lo que me propuse», dijo Truman a los periodistas al final de la noche. «Sólo quería dar una fiesta para mis amigos, desde pequeño nunca había tenido una fiesta de máscaras”.
Capote, que tenía como lema “Me aspire” consiguió lo que quería, pero más tarde retrató ferozmente a todas las invitadas y amigas en su libro “Plegarias atendidas”. Ellas le consideraban su mascota. Claro que no era una mascota sino un escritor, y Capote decidió contar con crueldad todo lo que había visto. El resultado fue “Plegarias atendidas”, que le granjeó el odio y el rechazo de aquellos que alguna vez lo habían halagado. Eso fue su descenso al infierno. Un gran escritor escribe, no describe; y ellas no lo sabían.
Consideraba cualquier cosa que hacía una obra de arte y era desde la firma de un cheque al baile de esa noche. En una ocasión explicó: «Para algunas personas, la religión es el consuelo de ser humanos. Para mí, lo es el arte».