En Barcelona, el relato entre la ciudad y Santa Eulalia se entrelaza. Es difícil explicar la una sin la otra. En la exposición «Santa Eulalia espíritu de mujer», que se realizó en 2006 con motivo del relanzamiento de la sección de mujer en Santa Eulalia de la mano de grandes diseñadores, tras recopilar las piezas de época para ser exhibidas, lo más sorprendente resultó que cada una de dichas piezas estaban llenas de historias ávidas de ser contadas. Las conversaciones con las mujeres que las habían guardado celosamente en sus armarios o altillos, sobreviviendo en ocasiones a múltiples mudanzas, revelaban cómo cada una de esas prendas de alta costura estaban vinculadas a vivencias inolvidables: desde que las vieron desfilar en los salones de Santa Eulalia hasta que las llevaron en bailes, fiestas, puestas de largo, estrenos en el Liceo, durante los míticos Festivales Wagnerianos en los años cincuenta o en grandes acontecimientos de la ciudad.
Los testimonios de aquellas mujeres brillaban tanto como las prendas bellas y preciosas que atesoraban, tan bien realizadas por dentro como por fuera por las manos hábiles del equipo de artesanas que trabajaron en sus talleres. En aquellas conversaciones, el relato oficial destinado a los libros quedaba desplazado como telón de fondo frente al subjetivo, que desvelaba cómo se había vivido el acontecimiento. Estos relatos ponían el acento en la capacidad de Santa Eulalia de traer belleza a sus vidas y a la ciudad, desde el mítico primer desfile en los salones del edificio del Pla de la Boqueria en 1926, trés parisien, en el que los vestidos se desplazaron por estos al ritmo de la música de piano, hasta el último en 1995, que cerró una era en la moda de este país. Historias que otorgaban al desfile del 4 de marzo de 1941, con el que se inauguró la nueva tienda de Santa Eulalia en el número 60 del Paseo de Gracia, una dimensión totalmente distinta como la primera manifestación de belleza vista en Barcelona desde el estallido de la Guerra Civil. Así me lo reveló una clienta de la tienda una tarde de invierno de 2006 en su casa, mientras uno de los vestidos que habían salido de dichos talleres descansaba encima de una silla antes de volver a Santa Eulalia, esta vez para ser expuesto.
Los talleres de la casa de alta costura de la firma eran el espacio en donde se obraba la transformación de la idea a la prenda. María y Josefina Bundó, las dos hermanas que entraron a trabajar en Santa Eulalia en 1940 y por cuyas manos habían pasado gran parte de las creaciones de la firma, me explicaron en su casa del barrio de Gracia cómo, cuando llegaban los estrenos del Liceo, el atelier de Santa Eulalia entraba en una actividad frenética. En pocos días, se pasaba de una imagen en plano de tejidos cortados sobre las mesas de los talleres a la tercera dimensión, dejando listos esos delicados trozos de tejido para la prueba o modelados sobre el maniquí, esperando a ser vividos como una segunda piel por las mujeres que los llevarían.
María, la mayor de las dos hermanas, fue la responsable del atelier de fantasía hasta los años noventa, al cerrar la firma su división de alta costura en el año 1999, y un nombre que las clientas históricas citaban siempre en sus relatos, todos personales e intransferibles, en los que Santa Eulalia aparecía como una experiencia inolvidable en
sus vidas.
Artículo de Charo Mora, especialista en cultura de moda
Extraído del libro Santa Eulalia 180 Años de Moda a la venta en nuestra web