Lo curioso de Paco Rabanne el gran modisto, no es lo que inventa o lo que hace, sino de dónde procede. Pasajes de San Juan, es un pueblo tan pequeño del País Vasco que solo tiene una calle y se llama Única. En ese lugar sin posibilidad de pérdida ni bulevares, nace Francisco Rabaneda Cuervo, un niño que tiene el mar por horizonte y una madre que es modista principal del taller Balenciaga en San Sebastián.
“En ese pueblo detrás están las montañas, y al frente el mar. Eso da todas las posibilidades. Cuando naces delante del mar, tienes deseos de futuro y de ir tan lejos como puedas”. Así explica Rabanne su inspiración.
Los perfumes y la ropa de Paco Rabanne han adornado a algunas de las mujeres más bellas del mundo durante casi 30 años. De niño, sin embargo, no era ajeno a la conflagración global. Su padre fue fusilado por los fascistas de Franco, escapó con su madre a través de los Pirineos y llegó a Francia justo a tiempo para la invasión nazi, de ahí a donde llego a ser “un obrero del metal” como decía Coco Chanel.
Pero no era un obrero, sino un modisto que consiguió cambiar el mundo de la moda. Después de un ser estudiante de postguerra en la Escuela de Bellas Artes de París, Rabanne trabajó para Balenciaga, Givenchy y Dior, y luego se puso a construir un imperio. Sus perfumes para los hombres y las mujeres fueron un gran éxito, acompañados por una audaz gama de colecciones de alta costura conocidas por el uso pionero de la cadenas, plástico y otros materiales radicales.
Estábamos en 1968, la revolución estaba en la calle; debajo de los adoquines también podía estar la playa y todos pedíamos lo imposible. Aquél no fue sólo un tiempo tumultuoso para la política: también el arte, el cine, la música y la moda se enfrentaron a sus propias revoluciones. Kubrick nos llevó a A Space Odyssey, los Beatles, Stones y Hendrix produjeron obras fundamentales, Norman Mailer fue autor del año, y el mundo del teatro finalmente venció a los censores.
Aquél año se estrenó Barbarella. La película empieza con una Jane Fonda flotando sin gravedad en un traje de baño de vinilo, un pecho casi fuera, todo ese estilismo ideado por un hombre de la moda que jugaba, no siempre con éxito, con materiales sintéticos de la NASA en las pasarelas. Materiales revestidos de plata y discos de PVC y aluminio. Comenzaba la era del plástico.
Decir que Paco Rabanne iba por libre es un eufemismo. Y siempre lo ha sido, porque empieza a diseñar vestidos de metal en los años 60 y por los 90 está prediciendo el fin del mundo. Fue un profeta de la moda. Se le ha llamado futurista, místico, loco, dadaísta, escultor, arquitecto, astrólogo, perfumista, artista. Lo curioso es que afirma haber vivido siete vidas y recuerda vivir tanto como 7.500 años. Un hombre que habla siete idiomas, y que firma licencias de su empresa con la misma facilidad con la que explica no haber querido hacer moda sino revolucionarla. Un modisto que junto con Courreges, cambió el rostro de la moda.
En 1966, presentó su primera colección con vestidos hechos de tiras de plástico y trozos unidos con anillos de metal. No intentaba se pudieran llevar, sino desafiar las nociones burguesas de la moda. Pensó acabar con la limitación de que la tela era el único material. Reemplazó las agujas y el hilo por alicates y anillos, el tejido por plástico y metal.
Rabanne es un tipo espiritual. Lleva chaqueta negra de sacerdote, tiene pelo y barba blancos y ojos muy intensos que parecen mirar dentro de ti. Dicen que vive como un monje – sin posesiones, sin automóvil, sin apartamento de lujo. Su dinero patrocina un hospicio religioso en medio de Francia.
Curiosamente en dos pequeños pueblos pesqueros de Guipúzcoa, nacieron dos modistos que cambiaron la historia de la moda. Uno arquitecto de los cuerpos y otro que siéndolo, quería construir con materiales de su tiempo.
Su madre le decía: «Hijo, en la moda, tienes toda la libertad que deseas, excepto una cosa. No te se permite atacar la belleza de las mujeres”. Lo ha seguido al pie de la letra.