Slim Aarons fue un antropólogo con su cámara. Documentó toda una era de la “beautiful people”. Su lente capturó imágenes de sueños inalcanzables para la mayoría. Personificó el glamour, el carisma y la celebridad de la época. Su concepto de la fotografía consistía en acceder a “gente atractiva, que hace cosas atractivas en lugares atractivos», una frase muy famosa para describir su fotografía.

Aarons no nació fotografiando gente hermosa. Antes pasó unos años como fotógrafo de guerra para la revista Yank. Durante tres años se arrastró a través de campos de batalla en el norte de África y Europa. Registró el agonizante asedio de Monte Cassino, en Italia, y fue herido durante la invasión de Anzio cuando los alemanes explotaron un muelle a lo largo de una cabeza de playa italiana. Llegó a Roma justo a tiempo para verla caer ante los aliados y allí tomó el famoso disparo de un soldado estadounidense sosteniendo a un bebé, en una de las fuentes en las que multitudes celebraban la liberación.

Al volver de la contienda juró que nunca volvería a fotografiar la muerte o la destrucción: «Había vagado por suficientes campos de concentración y aldeas bombardeadas, había dormido en el barro y me habían disparado, me debía una vida fácil y lujosa. Estar en el lado soleado de la calle «.

Era un fotógrafo de sociedad y, al igual que el escritor de la sociedad, son menos respetados en la posteridad. Las personas que aparecen en sus fotos parece que lo tienen demasiado fácil, y los curadores sospechan -con buenas razones- de ambientes demasiado “happy’s”. El arte siempre está más cerca de lo inquietante, y quizás por ello sus fotografías no han alcanzado el ”must” artístico.

Fue un halagador profesional de todos sus fotografiados, algo que no es beneficioso para un artista serio. Sin embargo, un crítico como Woodard añade que, «como documentos sociológicos, las fotografías de Aarons pueden ser tan fascinantes como las de Lewis Hines». Cuando llegó a Hollywood dijo encontrarse en el lugar más alejado de la realidad que soñó conseguir. Extrajo de las personas del dinero viejo y los convirtió en imágenes frescas, elegantes y amables. Zachary su mentor decía de ellas que eran “fotografía ambiental”.

George Allen Aarons nació el 29 de octubre de 1916 en Nueva York, y falleció el 29 de mayo de 2006 en Montrose (N.Y.) Aarons era tan alto que le apodaba Slim, además también poseía un encanto desgarbado y sexy que apareció en varias películas. Sus fotografías se desarrollaban en los paraísos de moda del momento: Capi, Saint Motriz, Montecarlo, Biarritz, Hampton, Riviera, etc., lugares de actividades de ocio de los ricos y famosos en entornos impresionantes, dejando que la belleza natural de sus temas se convirtiera en el punto focal. En una de esas impresionantes villas que retrataba había vivido el célebre Al Capone.

Aarons logró ganarse la confianza de quienes fotografiaba, así accedió a plasmar algunos de los retratos más íntimos y cándidos del siglo XX. Gente atractiva en entornos muy coloristas y divertidos. En la fotografía de Aarón no existe el drama, ese que posiblemente está detrás de las puertas, como bien plasmó Scott Fitzgerald.

Al instalarse en California comenzó a fotografiar celebridades. Realizó en 1957 una de sus series de fotografías más conocidas, Los reyes de Hollywood, con Clark Gable, Van Heflin, Gary Cooper y James Stewart, los captó tomando copas y desenvolviéndose relajados en su vida ordinaria, como si eso fuera posible.

Trabajó para las mejores revistas de la época, su trabajo llenó Harper’s Bazaar, Vogue, y Travel &Leisure. Su forma de vivir y trabajar inspiró la célebre película de Hichcock La Ventana Indiscreta. Como todos los grandes fotógrafos, tenía unos ojos que poseían poderes de observación.

Sin duda fue en la revista Olida  dónde aprendió el oficio. En ese lugar trabajó a finales de los años 60 con Frank Sachar, un director de arte visionario (y futuro editor en jefe de Town & Country), un hombre que usaba sus páginas para dar a la América de la posguerra «un pasaporte al glamour de los viajes y el ocio». Cada número estaba repleto de talento con escritores como Ernesto Hemingway, John Steinbeck y Joan Didion, e imágenes de los grandes fotógrafos Edward Steichen, Henri Cartier-Bresson y, por supuesto, Aarons.

Aarons al explicar sus fotografías decía “la gente olvida. No se trata de una fotografía, sino que entonces contábamos historias”. Él no se las contaba, era muy realista. Nunca se creyó un artista “no soy un maestro en fotografía, soy un periodista con cámara.