Anoche devoré la última página con idéntica fascinación con la que leí la primera y, cuando cerré el libro, pensé que ya tenía otro nombre para añadir a mi lista de personajes fallecidos a los que me hubiera encantado entrevistar.
Así es que junto a Maria Callas, Katharine Graham, Truman Capote, Picasso o Ben Bradley, por citar sólo unos cuántos, ahora tengo mentalmente estampado junto a ellos el nombre de Evangeline Crowell. Y es que supuestamente así se llamaba en la realidad Ann Eden, la ambiciosa modelo y actriz de poca monta que en 1943 consiguió cazar a Billy Woodward, joven y apuesto heredero de una de las principales fortunas de Nueva York.
Después de doce años de matrimonio y dos hijos en común, el 31 de octubre de 1955, víspera del Día de Difuntos, Ann descargó su escopeta en las sienes de su marido, que se desplomó en el acto aunque tardó quince agónicos minutos en dejar este mundo. El asesinato conmocionó a la alta sociedad internacional del momento, de la que el matrimonio Woodward era un importante activo.
La suegra de Ann, destrozada por el dolor de haber perdido a su único hijo varón en tan trágicas circunstancias, decidió correr un tupido telón de sofisticado terciopelo sobre el caso y no fue por proteger a su nuera, ni tampoco por el cariño que la uniera a semejante arribista, sino por la sencilla razón de que “los trapos sucios se lavan en casa”. Ya se sabe, “noblesse oblige”… De modo que la prensa y la justicia fueron cordialmente invitadas por tan poderosa dama a posar sus ojos en otro caso porque de ése no iban a hacer carnaza, al menos mientras ella formara parte de este mundo.
Veinte años después Ann Woodward, la viuda negra, dedicada durante todo ese tiempo a pasear su supuesto luto y su potente patrimonio por cruceros, cacerías y bailes benéficos, se enteró de que Truman Capote iba a convertirla en protagonista de una de sus mordaces historias. Y eso ya fue demasiado para ella.
En este punto es donde arranca la magistral historia que nos cuenta Dominick Dunne, el gran cronista social de Vanity Fair, en su libro «Las dos señoras Grenville» que acaba de publicar Libros del Asteroide. Se trata de una crítica atroz, aunque narrada con una prosa sutil y elegante, a la frívola vida de los miembros de la alta sociedad norteamericana de la época, una existencia fatua marcada por los apellidos, los selectos colegios privados y las elitistas universidades, un universo vetado a todo aquel recién llegado que no atesore en su cuenta corriente un buen número de ceros desde tiempos inmemoriales.
La trama empieza por el final, desterrando el mito de que toda buena historia que se precie debe ir subiendo poco a poco los peldaños de planteamiento, nudo y desenlace. De manera que el lector se zambulle directamente en el trágico colofón de esta narración extraordinariamente bien construida en la que los acontecimientos son dosificados con gran acierto, para que el lector vaya urdiendo la trama en su mente paso a paso. Unas descripciones de gran precisión actúan de cámara fotográfica retratando escenas, decorados, vestidos y situaciones para sumergir al lector en un mundo sofisticado y lujoso, poblado por unos personajes de carne y hueso que van adquiriendo peso a medida que la narración avanza. Sin duda, una lectura muy recomendable.